En los últimos años hemos sido testigos y participes de cómo la comunicación política ha cambiado con el uso de la tecnología, la inmediatez con la que se da a conocer la información, lo efímero de un mensaje opacado por un fenómeno viral o, al contrario, la permanencia de un error de comunicación.

Los cambios se ven reflejados en gobiernos obligados a ser abiertos; democracias más participativas, aunque no necesariamente mejor informadas; la lucha por mantener una privacidad que pareciera no existir en internet, y al mismo tiempo la exploración – y explotación – de libertades como la de expresión, con la que hemos llevado a las redes sociales el descontento social generalizado, y canalizado, siempre hacia el Gobierno y la “clase política”; movimientos sociales organizados, impulsados o fortalecidos en las plataformas tecnológicas; la viralización de contenidos varios, que entre mofa, indignación y/o protesta, nos ponen al día con los temas que, la mayoría piensa, son relevantes; e indudablemente, permiten la construcción de ciudadanía.

Particularmente en México, el uso de internet y las redes sociales, así como la adquisición de dispositivos móviles se ha disparado en los últimos años, permitiendo a más de 62 millones de usuarios tener acceso a la Red, de acuerdo con datos del INEGI al 2016, lo que representa un nicho de oportunidad para el fortalecimiento de figuras y partidos políticos, así como gobiernos y servidores públicos. Como en todo, el otro lado de la moneda, es el riesgo latente del descrédito total de estas mismas figuras en una sociedad que, a pesar de no alcanzar aún la madurez política (política, no partidista) necesaria para lograr gobiernos verdaderamente legítimos – tarea que nos corresponde a todos -, se manifiesta exigente y crítica ante las corruptelas y opacidades que han caracterizado a muchos personajes de la política y el gobierno mexicano.

Gobernar desde internet, o tratar de alcanzar un escaño usando principalmente esta herramienta, representa un gran riesgo cuando el servidor público, la candidata o el candidato, no cuentan con un trabajo tangible “pie a tierra”. Es decir, de nada sirve tener una comunicación constante a través de los medios de comunicación, si no tienen la sensibilidad y disposición de conocer de viva voz las carencias de la gente que les dio, o puede darles, el voto de confianza, y claro está, el voto electoral.

Parafraseando a Savater, la ética es hacer lo correcto aunque nadie nos vea. Por tanto, creo yo, en vías de construir una ciudadanía fuerte que se traduzca en gobiernos legítimos y eficientes, influyen tres factores, más allá de publicaciones y los likes que se puedan lograr con una gran estrategia de comunicación, con responsabilidad ética igualmente compartida:

La Figura política: entendida como aquellas personas con aspiraciones de ocupar cargos públicos, o que actualmente se desempeñen en gobiernos locales, estatales o el Federal. Servidores públicos, o aspirantes a, que en principio deben (o deberían) tener el compromiso de, justamente, servir a la sociedad, y en este caso sin importar el carácter de ciudadanía, sino ponderando el bienestar de todos y cada uno de los sectores de la población. ¡Es un sueño! que si lo trabajamos, puede ser una realidad.

Comunicadores políticos: todos aquellos que nos dedicamos a la comunicación política, y que tenemos encima la tarea de transmitir lo que se realiza desde los gobiernos o en las campañas electorales. De ahí la importancia de reflexionar sobre la ética en nuestro trabajo. ¿Estamos comunicando verdaderamente en beneficio de la gente?

El Electorado: si bien es cierto que el reconocimiento máximo de la participación es al mismo tiempo el de la “ciudadanía”, ésto no nos convierte en electores. Por esta misma razón, vale la pena centrarnos en incrementar el número de ciudadanos que acuden a las urnas para hacer efectivo el sufragio que por derecho les corresponde. Nos corresponde. Tal como lo establece el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales en su artículo 4°, todo ciudadano debe tener la garantía de ejercer el voto de manera universal, libre, secreta, directa, personal e intransferible. La ética puede ser en este caso, reconocer en nuestro voto el perjuicio o beneficio de millones de personas, que como cada una, ha experimentado los embates de la delincuencia, políticas públicas deficientes, estrategias económicas fallidas y desfalcos al erario, entre muchos otros efectos negativos de gobiernos que se encuentran en el poder, incluso con mucho menos de una tercera parte del Padrón Electoral. Es decir, si bien fueron electos por la mayoría de quienes atendieron el sufragio, no fueron electos por la mayoría de la población votante, y por tanto, carecen de legitimidad.

Luego entonces, estos elementos, y otros que seguramente no son mencionados aquí, debemos aprender a generar y recibir la comunicación política a través de las tecnologías, como una extensión de lo que vivimos todos los días, como personas, como sociedad, y como País; con una visión crítica puesta sobre las acciones de quienes se han transformado en avatares políticos y que ante el amparo de saber que muy pocas personas podrán verificar lo que publican, suelen ser perfectos simuladores. O casi perfectos.

Al final de la jornada, los dejo con esta cita: “…la gente a la que intenta pisar son todas personas de las que depende. Somos quienes le lavamos la ropa y le hacemos la comida y le servimos la cena. Le hacemos la cama. Cuidamos de usted mientras duerme. Conducimos ambulancias. Le pasamos las llamadas. Somos cocineros y taxistas, y lo sabemos todo de usted. Gestionamos sus pólizas del seguro y los cargos en su tarjeta de crédito. Controlamos cada momento de su vida”. Del libro “El Club de la Pelea”, de Chuck Palahniuk.

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En este día...


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