No se puede entender el futuro de la sociedad y la política sin las nuevas tecnologías, del mismo modo que resulta innegable el impacto del progreso tecnológico en la historia de las relaciones sociales y políticas. Como un pincel, el avance del conocimiento dibujaba y dibuja de manera progresiva y constante un nuevo mundo; qué nuevo mundo es dibujado dependía, depende y dependerá de la mano que sostiene el pincel.

Soberanía tecnológica: desarrollo tecnológico por y para la sociedad.

Nos encontramos en la era de la información, concretamente en el momento histórico donde comienza a despertar una conciencia de sociedad digital en la que es posible y necesario implementar y adaptar el debate social y político existente. No sólo eso, sino que también pueden crearse debates nuevos, ajustados a la nueva dimensión digital de la sociedad.

Conceptos como tecnopolítica, software libre, código abierto y soberanía tecnológica son elementos centrales en estos nuevos debates y con toda seguridad constituirán el eje vertebrador de una teoría política de participación en el mundo digital que puede llegar a ser hegemónica.

No obstante, el inexorable progreso tecnológico no va acompañado necesariamente de un progreso social o político. Las aplicaciones derivadas del nuevo conocimiento y las relaciones de poder que se sirven de estas aplicaciones para mantenerse o cambiar son la mano que sostiene el pincel del futuro.

En otras palabras, el progreso tecnológico impregna e influye en la realidad sociopolítica desde el realismo político.

La soberanía tecnológica, que a grandes rasgos puede definirse como el derecho de los pueblos a desarrollar su propia tecnología con origen y destino en la sociedad civil (Haché, 2014), no será una necesariamente una realidad consecuente del desarrollo tecnológico que la ha alumbrado. Esa implementación real dependerá de un debate en el seno de la sociedad y de las relaciones de poder que en ella se desarrollan.

Un ejemplo reciente de ello es la pretensión de Rusia de adaptarse al software libre creando su propia distribución GNU/Linux en el contexto de distanciamiento con EEUU y su tecnología, concretamente Microsoft. Si bien supone un hito en la adaptación al software libre, este caso no responde al concepto de soberanía tecnológica horizontal, democratizadora y participativa, sino al concepto tecnológico de soberanía nacional. De hecho, el sistema político ruso supone el ejemplo perfecto de democracia mínima, hecho que casa difícilmente con una filosofía, como es la soberanía tecnológica, que requiere altas cotas de conocimiento, concienciación y participación ciudadanas.

Rusia abrazará Linux

Estoy de acuerdo con Bauman en la crítica al determinismo tecnológico que, a grandes rasgos, identifica progreso tecnológico con progreso social y político. Esta ingenua concepción elimina el debate verdaderamente relevante, que ya no versa sobre el qué, sino sobre el cómo, y donde el realismo político no puede ser descartado como instrumento de análisis.

La dimensión digital no es un elemento separado e independiente de nuestra realidad material. El progreso de la sociedad digital supondrá un elemento transformador en nuestro día a día, pero no habrá progreso en la sociedad digital hasta que haya progreso en nuestra realidad, no sólo en la horizontalidad de la sociedad sino también en la verticalidad de las instituciones para que éstas cambien su cultura tecnológica y favorezcan la implementación de una sociedad digital democratizada, libre, abierta y participativa.

Acabo recordando, y aplaudiendo, la implementación de la aplicación Consul de gobierno abierto y participación ciudadana por el ayuntamiento de Madrid, seguido a su vez por otros 33 entes municipales entre los que destacan Barcelona, Zaragoza, Oviedo, A Coruña o Santiago de Compostela, entre otros.

Esta implementación, que se ha dado a lo largo del año 2016, supone el ejemplo perfecto del papel necesario y positivo de las instituciones, previo cambio político en la esfera real, en la construcción de una verdadera sociedad digital concienciada y participativa que dé lugar a una real soberanía tecnológica.

El pincel está ahí, tengamos buena mano.

En este día...


Álvaro M. Barea Ripoll

Algeciras, Cádiz (España). Se licenció en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. Máster, por la misma universidad, en Análisis Político; es también especialista en Seguridad Internacional y en los fundamentos de la Paz, la Seguridad y la Defensa. En su carrera profesional ha trabajado como auditor de proyectos de cooperación financiados por la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) y en la actualidad es consultor político en Dialoga Consultores. Vive en Santo Domingo y ejerce de director de Política Crítica.

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